" Atrapados en el futuro "

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    Año tras año el tiempo presente se evade en silencio, marchando cabizbajo rumbo a un recuerdo inalcanzable.
    Atrás quedaron los breves meses y las largas semanas cuyos días todavía tenían nombres propios y secuencia ordinal.
    Lejos del hoy, otros humanos parecidos a nosotros aprendieron a olvidar y a apagar sus memorias de forma intermitente.
    Esta madrugada emprenderemos el habitual viaje anual que nos permite mantener la nueva cordura.
    El reflejo azulado de la última autopista sin registrar opera a modo de interludio introductorio.
    Un camino sin nombre que nos permitirá adentramos en el sórdido desierto que conduce hacia el fenómeno temporal.
    En la época actual la atemporalidad todo lo domina. Todo lo decide, en el más incómodo de los silencios.
    Nuestro expirado rango militar es todavía una excusa válida para manejar los últimos vehículos exploradores.
    El ensordecedor sonido del pesado triple motor diésel suspende los diálogos innecesarios en nuestra unidad.
    Son más de seiscientos kilómetros los que separan nuestro bunker de la invariable región de transferencia.
    La ruta azulada garantiza la adhesión de nuestro tanque al camino, pretendiendo ignorar el centenario caos lunar.
    El neodimio del camino hacia la nada nos magnetiza y evita que flotemos sin rumbo.
    Cuando nuestro satélite sufrió la gran colisión, todo cambió en el planeta Tierra y desde entonces el cielo es otro.
    Cientos de miles de pequeñas lunas irregulares, casi imperceptibles, en un cielo oscuro, en un planeta alterado.
   
   
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       Las largas horas de viaje hacia la zona de transferencia quedan impresas en el cuerpo y en los rostros.
       Son los cascos de doble aislación la perfecta excusa para perder nuestras caras tras los gruesos cristales.
       El ingreso a la zona en donde todo es diferente nunca es evidente para nuestro agobiado grupo.
       Aquí la fuerza de gravedad es igual a la que todo humano conoció antes que nuestro satélite colapsara.
       Es por eso que, en este punto la ruta azulina termina abruptamente y nuestro acorazado continúa por la arena.
       El cielo se ve violáceo y un tenue fulgor ámbar parece agregar una capa de flotación forzada al desierto.
       Una leve sábana lumínica y dorada que protege la arena de la insolencia del blindado ingenio mecanizado.
       Estaremos pronto a cien kilómetros de la ruta azul, y las orugas ya casi no generan distorsión sonora alguna.
       Nada impide que de repente percibamos un infinitesimal aroma a suelo mojado dentro del oxidado habitáculo.
       Nadie puede atestigüar haber visto alguna vez la lluvia. Tampoco el agua cristalina en estado líquido o sólido.
       Pese a todo, comienzan los reflejos casi cegadores. No se trata de locura agorafóbica ni de espejismos.
       De pronto aparece la gigantezca bola de luz acromática, intensa como un nuevo sol en el horizonte.
       Nuestro instrumental impide determinar el diámetro aparente del objeto brillante.
       El soporte aéreo dejó de existir hace más de cuatro décadas por la falta de desarrollo industrial.
       Estamos limitados al plano superficial y protegidos por la brutal caparazón de nuestro super tanque.
       La temperatura continúa en descenso ya que el fenómeno lumínico viene siempre acompañado de
        un conmovedor frío glaciar, absolutamente inconsistente con lo que ingresa por nuestros ojos.
       Detenemos el triple motor diesel sabiendo que lo que año tras año ocurre aquí, durará nuevamente lo mismo.
       Silencio infinito. Mudez premeditada. Una plegaria anticipatoria en código de sordera.
       Es la mínima ofrenda que se presenta voluntariamente a cambio de la subsiguiente manifestación.
       Un fenómeno celeste de aparente precisión astronómica. Apenas once segundos que parecen durar largas horas.
 
 
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           Algo extraño y falto de cordura nos activa la reprimida verbalidad.
           El falso sol anterior a los once segundos se comporta, esta vez, como nunca antes hayamos visto.
           Es el primer año en el que este sol irreal parece hundirse lentamente en el horizonte.
           Todo está definitivamente mal. La repetición del fenómeno anual está en peligro.
           El preludio que antecede lo que ocurrirá ha cambiado de forma impredecible.
           Nuestras memorias se acostumbraron cíclicamente al sol errático a lo largo de repetidos años.
           Durante veinticinco ocurrencias, año tras año, el fingido sol nunca se hundió ni un sólo milímetro.
           Históricamente la esfera evocativa del astro rey garantizó los inexplicables once segundos.
           Cuesta confesar lo que nos causa discutir el tema relacionado con ese mezquino período de tiempo.
           No existe ciencia alguna ni historia folklórica capaz de contener el tópico que nos atañe.
           Algunos de los soldados eligen rezar en voz bajita. Un soliloquio que está muy lejos de tranquilizar.
           Otros veteranos se dedican a enumerar los cambios en el desierto y en las luces pseudo solares.
 
 
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         A medida que nos preparamos para lo desconocido admitimos que al menos el sol helado no desaparece.
         Simplemente se ha hundido levemente en el horizonte pero continúa deslumbrando invariablemente.
         Las ilusiones reaparecen y una vez más nos salteamos el desgastante diálogo verbal.
         El sentido del humor nos toma por sorpresa al igual que siempre lo hizo durante este último cuarto de siglo.
         Los nervios y el entorno disperso son sin duda los causantes de la reacción surrealista.
         Las apuestas y suposiciones son siempre las mismas, pero nunca aburren.
         " ¿ Quién es el oficinista ? " , " ¿ A qué época del mundo perteneció ? "
         " ¿ Fue alguien reconocido ? " , " ¿ En qué ciudad camina esos once segundos ? "
         " ¿ Camina por París en 1972 ? " , " ¿ Pasea por Boston en 1984 ? " , " ¿ Recorre Buenos Aires en 1993 ? "
         Cuando las preguntas se vuelven arbitrarias, comienza la disquisición acerca de la esfera verde.
         Una ventana en forma esférica a otra época del mundo. Una forma de viajar hacia el pasado de un desconocido.
         La esfera en forma de lente color esmeralda es una distorsión del espacio y del tiempo.
         Una especie de telescopio o microscopio hacia un momento tan breve. Inexplicable. Imposible de racionalizar.
         Este fenómeno probablemente comenzó en varios lugares del planeta desde el colapso de nuestra Luna.
         Los cientos de miles de microsatélites tal vez conformen una inesperada configuración electromagnética.
         Nuestra ciencia no logra explicar estas burbujas que operan como prismas y ventanas hacia otro tiempo.
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           Un momento que nos recuerda la monotonía de una humanidad pasada, más grande, también sin rumbo.
           Apenas un sexto de un minuto y un segundo por cada año. Una mezquina dosis de efímera serenidad.
           El único episodio que aparenta significar un leve rasgo de humanidad en este presente sin futuro.
           Allí, ese fenómeno espacio temporal continuará siendo inexplicable para nosotros, los últimos.
           La mudez de este batallón es siempre el camino a la reflexión anual que culmina en aceptación.
           El lento retorno al vetusto cosmódromo es inevitable, basado en la conducción autónoma de nuestro vehículo.
           La llegada a nuestro bunker es maquinística y monolítica. Las nubes, borrosas. El cielo, envenenado.
           Ser testigos recurrentes de lo inexplicable nunca evita que la angustia nos despierte una vez más.
           Un temor opresivo y sofocante que proviene de un hecho innegable. El hecho de estar confinados en el tiempo.
           La confirmación de no poder elegir otro presente. Un presente que nos encuentra invariablemente atrapados.
           Atrapados en el futuro.

          " Atrapados en el futuro "
           ( Breve cuento surrealista )
           Creado por Agustín Hernán Borrajo
           [ 30 de Septiembre de 2023 ]

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