" La casa recurrente "

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     El lejano rumor de un exterior remoto y desconocido confirma nuestra presencia dentro de la casa.
     Es siempre de noche que aparecemos en ella y siempre recordamos la desvelada visita anterior.
     Invariablemente faltan apenas tres horas para el amanecer. Las horas aquí son generosas y longevas.
     La casa recurrente no posee puertas que permitan ingresar ni formas de salir de las misma.
     Claramente no las necesita y sus visitantes tampoco. El tiempo no fluye en este lugar.
     Cada nuevo episodio, cada nuevo recorrido, constituye un encuentro primario.
     Un encuentro con el silencio de las galerías, los corredores, los patios internos, las escaleras.
     Las interminables habitaciones comparten un curioso punto en común. Un leve aroma a menta silvestre.
     Inicialmente, sólo se puede permanecer en ellas unos breves minutos. Rara vez tomar asiento.
     A medida que la casa deja de parecer un sueño inconexo, sus partes se vuelven lúcidas y nítidas.
     La luz no puede apagarse en esta casa. Las lámparas continuarán iluminando ininterrumpidamente.
     Los faroles no conocen las sombras y podemos asumir que es de día entre estas paredes antiguas.
     Cuando el sueño termine, recordaremos todo lo opuesto. Paredes sombrías, oscuras y milenarias.
     El instinto nos indica avanzar. Pasar de una sala a la otra. Siguiendo el apacible aroma a menta.
     Todo se vuelve más lento al dar los primeros pasos y el aparente apuro por continuar se diluye.
     Sabemos que el resplandor que ingresa a la galería de recepción proviene de una habitación hermética.
     La luminiscencia rosada no pertenece a ningún fenómeno natural pero logra evocar un manso atardecer.
     Esta casa existe a nivel de la superficie pero es sólo una carta de presentación. Una mera formalidad.
     La verdadera morada se extiende bajo tierra. Un hogar preparado para quienes sueñen con él.
     Es tan simple como dejarse llevar. Descender por las escaleras medievales representa el sueño profundo.
     Cada noche bajamos por las mismas en silencio esperando novedades y sorpresas en cada curva.
     La vez anterior implicó descender decenas de niveles. Esta vez podría tratarse de un sólo nivel.
     En otras ocasiones el descenso es interminable y no llegamos a ningún lugar. Pesadilla convencional.
     Esta vez la calma promete ser parte de nuestro recorrido enriquecedor. Nuestro cuerpo revive aquí.
     Nuestra mente sabe que el sueño está elaborándose y que está prohibido espiar un sueño.
   
   
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          Descendemos veinte solitarios niveles y descansamos en el anteúltimo escalón.
          Allí pasaremos la noche. Una noche completa dentro del viaje onírico.
          Esperar sentados en la escalera no constituye molestia alguna. Es un noble ritual.
          Es una ofrenda a la casa y cuando la casa sepa que confiamos en ella y que
           podemos entregarnos a soñar sin miedo, esta soñará por nosotros.
          Tres faroles en línea delimitan el eslabón anterior al gran hall.
          Dos pequeñas plantas emanan el particular aroma a la menta salvaje.
          Se trata de hierbas ancestrales que sólo existen por una noche.
          Comienza a soplar sin aviso el fino y sedoso viento de los pasillos internos.
          Otro fenómeno inexplicable y a la vez tan definido y auténtico.
          La casa nos avisa que el hall ha sido soñado y ya puede visitarse.
          Esta vez, el horno de sueños logró su mejor producto. Un hall titánico.
          Mirar hacia arriba es inevitable. Y no estamos solos en esta sala.
          Se escuchan las voces de otros visitantes que admiran el altísimo cielorraso.
          La casa sabe como lograr que todos evitemos vernos. Somos demasiados.
          Pertenecemos a diversos mundos y vernos sería el fin de la armonía.
          Cada visitante continúa su recorrido saliendo del interminable hall.
          Nunca mirando hacia abajo. Jamás hacia los costados. Sólo hacia arriba.
          Salimos del hall entendiendo que la casa necesita de esta arquitectura.
          La casa debe redistribuir a sus visitantes para que continuen en soledad.
          Seres que viajaron en sus sueños para protegerse aquí. Para soñarse seguros.
          Aceptamos el trato una vez más.
          
 
 
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Ya lejos de la enorme sala común, caminamos sin esfuerzo por un mudo y delgado pasillo.
El mismo termina en uno de los tantos restaurantes nocturnos.
Pequeños y sobrios, funcionan en realidad a toda hora.
La noble cocina entiende al instante nuestros deseos y preferencias.
El truco consiste en mirar fijamente una de las lámparas violáceas y la cena aparecerá ante nosotros.
Especias y sabores que superan nuestra capacidad neuronal. Texturas y rellenos de otras galaxias.
Saciedad y comfort en forma de alimento. Algunos vegetales son luminiscentes.
Otros son casi invisibles. Y aun así poseen un inolvidable sabor.
La bebida se asemeja a la sensación de tragar llovizna. Como cuando de niño se juega a la intemperie.
Casi inaudible, la música funcional del restaurant nos permite entender de donde proviene.
Cada tanto la misma se interrumpe para dar lugar a las noticias de la casa recurrente.
Un inesperado cambio climático ocurrirá a la brevedad y el mensaje del locutor es bien claro.
"Se esperan largas nevadas dentro de la casa". Así es como sabemos que no podemos continuar.
En verdad, nuestra experiencia nos permite recordar los trucos de la casa.
Cada vez que la misma necesita continuar soñándose, las nevadas comienzan.
La explicación es muy sencilla: La casa activará su horno de sueños a la máxima potencia.
Las nevadas son parte de un mecanismo termodinámico compensatorio.
Sólo nieva intensamente en momentos de compleja creación alucinatoria.
   
   
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         Sabemos perfectamente lo que sucederá a continuación.
         Profundo silencio. Larga espera. Le daremos una oportunidad a la magia.
         De a poco nos preparamos para lo que vendrá.
         La quietud se pierde y el sigilo de siempre ahora será historia.
         Cuando el horno principal eleva su rugido de muerte, todos los invitados respondemos.
         Nos ponemos de pie en señal de agradecimiento. Con lágrimas en nuestros ojos.
         La nieve ha hervido y se ha evaporado. La casa se sobrecalienta como nunca.
         Aparecen nuevas habitaciones pero todas ellas son grises e inaccesibles.
         Los restaurantes se diluyen y solo queda en pie el que nos alimentó.
         Esta vez el viaje interior ha sido más breve. Más intenso también.
         La casa intenta crear nuevos pasillos largos como carreteras.
         Iluminados por pesados faroles pero fuera de proporción. Algo anda mal.
         Aparece un elemento insoportable para la propia casa recurrente.
         Las rejas. Barrotes, vallas, cercas y más rejas. Algunas artesanales.
         La circulación queda comprometida y ya casi no quedan visitantes.
         No hay fulgores rosados que evoquen atardeceres ni aroma a menta temperamental.
         La casa nos pide disculpas. Se siente avergonzada. No sabe cómo explicarse.
         El horno de sueños es un infierno amarillo y naranja. No logra soñar.
         No hay nuevos sitios ni patios internos ni salas ni escaleras.
         Falta muy poco para el amanecer y el tiempo fluye normalmente.
         Con la última tonelada de comburente el horno crea su último producto.
         La temible habitación invertida. Allí el cielorraso es nuestro piso.
         Allí debemos ingresar como siempre hacemos. Sin pedir explicaciones.
         Sin avergonzar a la casa y mostrando que volveremos.
         Ya habrá tiempo para quedarnos dormidos en el futuro y terminar aquí.
         Cuando ella lo decida, seremos invitados otra vez. Aun en futuras vigilias.
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La habitación invertida es sinónimo de angustia y preocupación. Una prueba difícil.
Un último lugar que no admite desacuerdos y mucho menos preguntas incómodas.
Esta habitación no posee vínculos legales ni emocionales con la casa.
Según pudimos averiguar es administrada por otros poderes oníricos.
Es el lugar de transición que nos retorna a nuestro mundo tridimensional.
Atravesar esta sala sin tropezar con las lámparas invertidas implica regresar.
Regresar, será dejar de soñar y continuar con la vida terrenal.
Debemos cruzar sus breves metros sin sentir la opresión de los sofás.
Mesas y sillas boca abajo en el cielorraso sin lógica ni gravedad.
Descoloridas plantas plásticas de falsa menta verde cien por ciento industrial.
Cielorraso de madera encerada, patines de lana sin andar. De a poco, todo fuera de lugar.
Casa recurrente. Casa demente. Casa que teme algún día y sin aviso despertar.
Nos vemos pronto. Mis pesados párpados caen de a poco una vez más.

          " La casa recurrente "
           ( Breve cuento surrealista )
           Creado por Agustín Hernán Borrajo
           Revisado y corregido por Ana Lucía Uhalde.
           [ 11 de Agosto de 2022 ]

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