" Los doce viajantes "
          
Llegaron aquel atardecer insólito que todos elegimos olvidar.
Un atardecer improbable que en minutos se tiñó de noche con ayuda del eclipse. Oscuridad anticipada y mal formada.
Los medios locales apenas mencionaron el evento astronómico.
La larga madrugada de la tormenta de los relámpagos sin truenos ni lluvia fue el escenario perfecto para la ensordecedora confusión.
Aparecieron los doce en silencio entre sombras y luces bajas. Primero se vieron sus rostros flotando erráticamente, luego se conformaron en secuencia sus cabezas.
En segundos estuvieron listos sus cuerpos, los cuales permanecieron semitransparentes y grises de la cintura para abajo durante el funesto episodio.
Los doce viajantes no se conocían entre sí, dos de ellos vestían trajes similares a los de un fumigador de plagas agrícolas.
Otros dos estaban obtusamente cubiertos por gruesos tejidos de lana prehistórica en tonos rojos, ocres y naranjas.
El resto de los viajantes espectrales vestía un interminable reportorio de materiales pobremente reciclados, recolectados casi sin criterio durante milenios.
Coexistían en los ropajes de cada ser, telas similares al santo sudario y retazos de plástico industrial fluorescente, por citar un ejemplo representativo.
Se les notaba la vergüenza y la derrota. Se limitaban a sonreír levemente intentando ocultar lo evidente.
La demencia los había redefinido. Y también la escasez de su cuestionable tridimensionalidad.
El menos agraciado de los viajantes estiró su verruguiento brazo derecho y depositó en la barra una nota abollada escrita en quién sabe qué idioma.
Ellos asumieron que se trataba de un hotel, pero nuestra casa es un hogar convencional.
La barra de tragos separa la cocina del living y las habitaciones se encuentran en el nivel superior.
Estos viajantes son irracionales y escasos de sentido común. No comprenden ni pueden explicar por qué motivo se materializaron en nuestra morada.
Nosotros continuamos en estado de shock aunque nos transmita algo de cordura la nota abollada sobre la barra de tragos.
El olor astringente a papel precolombino confirma que no estamos teniendo una pesadilla estándar.
Procedemos a alisar el bollo de papel y a leer la extraña anotación.
Parece ilegible, pero se trata de una prosa fonética que cobra sentido sólamente si se la lee a toda velocidad y en reversa.
Básicamente dice que los doce viajantes son herederos certificados de nuestra propiedad desde fines del siglo veinticuatro después de Cristo en adelante,
 según nuestro calendario gregoriano perpetuo.
El silencio se apodera de la escena mientras los doce viajantes reducen su estatura física y su densidad de forma notable.
Se comban levemente hacia adelante probablemente en contra de su propia voluntad. Es el protocolo programático de los viajantes interdimensionales.
Saben desde su gestación que no les corresponde heredar energía ni materia de épocas que para ellos aún no existen.
Las cartas están echadas para ellos porque cada siete segundos y en forma regular los relámpagos se detienen arrítmicamente.
Es fácil seguir este patrón basandosé en el leve tic-toc del reloj azul de la cocina.
Comienza a escucharse más fuerte la lluvia y su aroma se transforma en la mejor medicina naturista, pese a que la sequía histórica permanece intacta.
Nuevamente vibran truenos en creciente sinfonía cacofónica, pero todo permanece seco y polvoriento afuera.
No cae agua de los cielos mientras a modo de oximorón suena una repiqueteante sinfonía de brillantes chasquidos cristalinos.
Justo cuando el murmullo incremental de la lluvia errónea se vuelve ensordecedor, uno de los viajantes con traje de fumigador comienza a mirar con recelo a su viajante vecino.
Sus ojos esquivos y romboidales no transmiten gran empatía.
El que viste telas estilo santo sudario y plásticos industriales fluorescentes comienza a hablar un protoidioma subgutural apretando sus pequeños dientes frontales.
Los demás seres cuasitridimensionales dan rienda suelta a interminables sonidos ilegales en esta región del existir.
Intentamos calmar el desánimo de este manojo de insolentes visitantes utilizando herramientas primitivas e impredecibles.
Por suerte nos quedan tres botellas importadas sin abrir.
Servimos una docena de generosas copas de vino oporto, las cuales proceden a levitarse en silencio sepulcral a velocidad caracoliana.
La calma se materializa cuando los viajantes comienzan a beber sin prisa ni presión. Sin tocar las copas ni el vino, comienzan a sorberlo con llamativa delicadeza.
El tiempo parece detenerse pero se trata de una mera ilusión febril.
La inesperada luz de una inoportuna seguidilla de relámpagos plateados atraviesa las copas de oporto a medio llenar y desata la locura.
Los doce viajantes arrojan las copas hacia el cielorraso y comienzan a batallar con armas antediluvianas,
 mientras las doce copas del distinguido vino flotan sin prisa dos metros más arriba sin tocarse entre sí.
Es claramente la última oportunidad de recuperar lo nuestro.
Debemos actuar sin dubitar, antes que la lluvia tradicional comience sin aviso, como siempre ocurre durante los encuentros interzonales.
En breve todo se mojará y se empapará con el solvente universal, capaz de diluir sin objeciones a los doce viajantes por más pendencieros que se manifestasen esta vez.
El recomfortante e inconfundible olor a tierra mojada será el tan esperado puntapié inicial.
Falta un detalle no menor: enloquecer sin piedad a los forajidos de dimensión fractal que siguen trenzados en confusa y ruidosa batalla campal semitransparente.
El violín decorativo que nunca se usa y descansa desde hace años junto a su arco en la pared de las bibliotecas, se transforma en nuestro aliado sonoro.
Pese a la angustiante falta de afinación debido a la sequedad de la madera, nos turnamos para tocar interminables semifusas y docecillos ascendentes,
 tan agudos y forzados como el instrumento lo permita.
Escalas empíricas ejecutadas a toda máquina licúan la batalla de los doce hasta volverla rotatoria y ultrasónica.
De pronto se abre de par en par nuestra ventana principal e ingresa la lluvia ametrallando a los viajantes sin darles respiro.
Más escalas y digitaciones de violín disonante a velocidades incalculables. Los malditos intentan llevarse su triste papel abollado sin firmar.
Ascienden en agonía por la cortina de agua que a cambio los despedaza sin mediar diálogo alguno.
Diluvia como nunca habíamos visto ni escuchado.
La lluvia torrencial inunda parcialmente la calle lateral y el caudal de agua que moja se lleva la ridícula nota sin firmar,
 que cayó del bolsillo de quién sabe cuál de los doce impresentables viajantes en irreversible disolución.
Nos reímos con reserva y encendemos la radio de onda corta buscando alguna portadora remanente.
Por suerte, solamente ruido de fondo y algo de estática.
Las copas de oporto siguen flotando a pocos centímetros del cielorraso. Les tomará toda la noche descender hasta la barra.
Mientras tanto procedemos al deleite de cada madrugada.
Nuestra sopa de las '3 a.m.' está lista y como sucede durante cada vigilia nocturna la tomamos acompañando con pan de harina de nuez.
Golpean la puerta de calle tres veces seguidas a intervalos regulares respetando el mismo patrón de cada noche a las tres de la mañana.
Fingimos no escuchar y continuamos con la sopa. El viajante número trece intenta ingresar noche tras noche a la misma hora.
Sabemos que existe y que vive en nuestro tiempo y espacio. Lo hemos espiado decenas de veces.
También lleva consigo una aburrida nota abollada que espera ser firmada.
El pronóstico del tiempo indica un noventa por ciento de probabilidad de lluvias y tormentas eléctricas por el resto de la semana,
 desde las tres de la mañana en adelante sgún informa una estación de radio mal sintonizada.
Contenemos nuestra risa paranoica apretando los dientes y reteniendo la respiración.
En breve y de a poco comenzamos a recuperar la cordura. Exhalamos mirando hacia arriba las copas de vino que continúan flotando. Silencio radial.
Conciliaremos el sueño cuando los habituales plumíferos nocturnos anuncien sin titubeos el amanecer.
Por el momento, permanecemos en la cocina en reverencia junto a la ténue luz verde esmeralda de la lámpara de luto.
La sopa estuvo exquisita, como cada madrugada.


          " Los doce viajantes"
           ( Breve cuento surrealista )
           Creado por Agustín Hernán Borrajo

           [ 25 de Febrero de 2023 ]

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